jueves, 15 de diciembre de 2011

Un sistema ordenado

AVISO: Esta entrada la escribí originalmente el 18 de Octubre, pero no estaba seguro de si publicarla y se quedó en borradores. He pensado que a fin de cuentas, valía la pena publicarla aunque fuera tarde.

De un tiempo para acá no paro de escuchar quejas sobre la situación económica social actual. Quejas que en muchos casos se han canalizado en acampadas, en otros en masivas manifestaciones como la del pasado domingo y en la mayoría en lamentos protoalcohólicos en la barra de cualquier bar.

Sea como sea, parece haber un consenso para culpar al "sistema" de todo lo que nos pasa.

"El sistema no funciona", dicen.

Pues bien, ilusos amigos mongoloides, siento desilusionaros, pero tengo la obligación moral de reventar la burbujita en la que vivís y devolveros a la realidad: el sistema funciona de puta madre. De hecho, hace más de dos mil años que funciona de cojones.

El problema es que desde hace una decena larga de años, incluso veinte tal vez, las clases populares de este país mundo empezaron a verse el culo y, contrariamente a lo que es en realidad, creyeron que ellos también podían beneficiarse de ese sistema. Fue así como la clase baja de la sociedad, de la que formamos parte la mayoría, decidió por si misma que era hora de subir un escalón y convertirse por obra y gracia de Dios en clase media.

Y claro, la clase media tiene un buen coche, y una buena casa, y un apartamento de veraneo, y sale a cenar cada noche de viernes, y viste de Dolce&Gabanna y Armani, y va de vacaciones cada año a destinos exóticos, y tiene un iPod, un iPad, un iPhone, una Xbox y una Wii...

Y el sistema, que siempre ha estado dispuesto a buscar nuevas y creativas soluciones para lucrarse mejorar bendijo el cambio con paradigma: "bienvenidos a la clase media pobres desgraciados, aquí tenéis los escaparates de vuestros sueños y la tarjeta que os abrirá todas las puertas de la felicidad". Consumid hijos de puta, consumid.

Y los pobres, ahora convertidos en nuevos bienestantes, abrieron ávidamente las puertas de la sociedad de consumo y se lanzaron de cabeza.

Y estaban tan convencidos que la pobreza ya no existía y que habíamos alcanzado un estado del consumo bienestar absoluto que hasta empezaron a pregonar con soberbia que las derechas y las izquierdas no existían, que formaban parte del pasado. Porque reconocer la existencia de clases, reconocer la existencia de desigualdades, amigos míos, queda de pobre.

Pero estos solemnes desgraciados no recordaban que tan sólo unos años antes, cuando eran pequeños, en casa sólo había un coche, el domingo se hacía comilona con patatas chips, pollo al ast y Mirinda, el papel pintado duraba treinta años y las madres remendaban la ropa. No recordaban que en casa siempre habían formado parte de eso que ahora llaman clases populares para no decir pobres de mierda. Una clase de la que, a pesar del espejismo de los últimos años, nunca llegaron a salir.

Y ahora, cuando el sistema ha dicho basta, cuando ha visto que ya no podía exprimir mas la gallina de los huevos de oro sin matarla y que ya había chupado demasiado de la teta, ha decidido volver a los viejos tiempos, y en un ejercicio de realismo ha vuelto a poner a cada uno en el lugar que le corresponde y volver al paradigma de pobres y ricos. Como siempre había sido.

El sistema sabe que volverán a venir tiempos mejores y que de aquí a unos años podrá volver a engañar a los pobres para que vuelvan a creerse ricos. Pero mientras tanto, el sistema ha hecho limpieza y ha puesto orden.

"El sistema no funciona", dicen. El sistema funciona de cojones.