Siempre he creído que cuando uno es bien felado tiene el deber de
corresponder.
Por eso, yo que me considero una persona justa y generosa, siempre que he
recibido un buen trato me ha gustado responder bajando a la fuente. Y no sólo
por ella, sino porque descubrir con la lengua y los labios los rincones más
íntimos de una mujer y hacer posible que se retuerza de placer es una
experiencia que siempre resulta enriquecedora y sorprendente.
Pero no es una tarea fácil. Si la mente de las mujeres ya es de una gran
complejidad, imaginad el coño. Hay hombres que dicen que basta con una buena
técnica para conseguir que una mujer llegue al clímax. Pero se equivocan. No se
trata de bajar al abrevadero a lamer como el que apura un plato de sopa. Es
arte, experiencia, habilidad, generosidad y saber estar pendiente de las
reacciones. Porque cada mujer requiere de atenciones distintas y lo que vale
para una no vale para la siguiente.
Hay mujeres que quieren sentir el aliento cálido y la humedad de los labios
sobre el clítoris, suavemente, como quien pasa de puntillas. Las hay que piden
más pasión, y las hay que incluso quieren sentir el roce de los dientes. Las
hay viscerales, que quieren ser poseídas por un frenetismo de lametones con la
misma pasión que quien se come una rodaja de sandía en cinco segundos.
Las hay que requieren toda la atención en un sólo punto y las que quieren
que lo abarques todo a la vez.
También está la mujer que disfruta sintiendo la lengua dentro. Y la que la
quiere tan metida dentro que sólo Gene
Simmons sería capaz de complacerla.
Hay la que quiere que acompañes el trabajo con un dedo y la que quiere dos.
Y tres. Hay la que se tumba en la cama, receptiva, y la que necesita cabalgarte
la boca.
Hay la que...
En todos los casos, aun así, no hay mejor recompensa que ver cómo termina
con las piernas temblorosas alrededor de tu cuello, exhausta como si hubiera
corrido una maratón y con esa mirada y esa media sonrisa de agradecimiento
imposible de describir.
Por eso no entiendo a la mujer que (teniéndolo limpio*), en ver como tu boca
abandona sus labios en dirección a los otros, una vez superados los pechos y
encarado el estómago, te coge la cabeza con las dos manos y te dice "no,
eso no".
¿Qué les pasa por la cabeza? ¿Por qué esa renuncia a una experiencia tan
vital y placentera como esta?
*Siento romper el encanto, pero eso me ha hecho recordar el chiste de la
gitana que se sentaba espatarrada en la calle comiendo una rodaja de melón y
una vecina le dice: "María, cierra las piernas que se te ve todo".
"Sí hombre, y que se me vayan las moscas al melón".
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