miércoles, 28 de octubre de 2009

El mueble de la verdad

Hay tres situaciones en la vida en las que resulta muy díficil esconder quienes somos en realidad. Curiosamente, las tres tienen lugar en el mismo espacio: la cama.

1: Hora de dormir
Uno puede pasarse la vida intentando proyectar una imágen de elegancia, de buen gusto estético o sencillamente de tener un estilo propio mas o menos molón, pero cuando se trata de encarar el sobre todos optamos por la comodidad.
Y aquí es donde aparecen esos pijamas a cuadros o de colores imposibles, esas camisetas publicitarias que nunca han visto la calle, esa camiseta imperio y, en general, esa ropa agujereada, descolorida o manchada de pintura.
Eso en el mejor de los casos, pues a menudo deberíamos hablar tambien del pegotito de mierda, del olor a pedo y sudor y de aquella goma juguetona que hace tiempo que cedió para dejar al descubierto la rodaja de sandía con la que nuestro señor nos obsequió como separador de nalgas. Llegados a este punt, hay que reconocer que el genero femenino nos lleva ventaja. El pijama masculino, por definición, ya sea de manga corta o larga, es una ofensa para los sentidos. Además, pocos hombres tienen la previsión de comprar un conjunto de dormir presentable para ocasiones especiales. Es por eso que ante la perspectiva de pasar la noche fuera de casa muchos machos optan por el descanso del guerrero desnudo o en calzoncillos. Algo que toda mujer adivina tras pernoctar mas de tres noches con la misma pareja y que espera con ansia para empezar a dejarse ir ella tambien. Porque no nos engañemos, el lamentable modelito de costumbre nos reconforta de tal manera que sólo es cuestión de tiempo obtener el nivel de confianza suficiente para mostrarlo. De la sustancialidad de nuestra hipocresía depende nuestra credibilidad. Y eso dice mucho de nosotros. Un hombre que duerme siempre impecable, por ejemplo, nos está diciendo que es gay.

2: Hora de ordenar
Un dormitorio es como una cueva, un refugio de intimidad donde nadie aparte de sus ocupantes habituales es bienvenido. Pero las visitas se suceden, y delante de esta posibilidad se produce el fenómeno del camuflaje. Donde antes había una cama deshecha y todo de ropa arrugada por encima aparecerá otro magistralmente estirado y encajado con un pijama perfectamente doblado bajo la almohada. Los hay que incluso aprovechan para hacer el mas que necesario cambio de sabanas y colcha. Tambien desaparecerán los zapatos tirados por el suelo, toda clase de objetos expuestos que se embutiran en los cajones y aquel olor a humanidad convenientemente ventilado horas antes. El problema son las visitas sorpresa. Cuando estos individuos inesperados se presentan sin conceder tiempo material para camuflar nada hay que reaccionar rápido. Con la excusa de dejar sus cosas, como respuesta predefinida intentarán acceder a la cueva sagrada y aquí es donde se le ve el plumero al ocupante. Cerrar la puerta y bloquear el paso de cualquiera que ose hacer el intento de penetrar presagia horrores inimaginables. Ponerse a ordenar compulsivamente mientras se piden disculpas es un claro síntoma de remordimiento. Simular indiferencia y dejarlos pasar como quien no quiere la cosa, dependiendo de la magnitud de nuestra dejadez, puede ser interpretado como un indicio de síndrome de Diógenes. La mayoría optan por la tópica advertencia/disculpa jocosa o una justificación puntual de desorden para salvar los muebles. Yo, personalmente, me decanto por la técnica de fingir caballerosidad y ofrecerme para guardar sus pertenencias en mis aposentos mientras se acomodan. Probablemente, cuando se vayan quieran recoger sus cosas ellos mismos y acaben teniendo acceso a mis miserias, pero para entonces estaré tan harto de su presencia que con tal de que se marchen, me la sopla. Además tiene la ventaja de que cuando salgan por la puerta, ellos podrán criticar a placer y yo descansar. Todos salimos ganando. Pero cuidado, ultimamente he descubierto otros métodos alternativos a tener en cuenta que usa la gente, como dormir directamente sobre el colchón. Práctico y efectivo.

3: Hora de follar
Afrontemoslo, durante el complejo ritual de la seducción la gente miente con ganas. Se insinuan o directamente se proclaman unas capacidades amatorias que sin duda contribuyen al calentamiento previo que nos llevará al acto. Una vez en la cama, ha llegado la hora de demostrar y esa es una presión que no necesitáis en el ya de por si complicado primer contacto sexual. No os recomendaré que intentéis trasladar de entrada unas bajas expectativas a la otra parte, porque eso sería como pediros que vendiérais pescado admitiendo que está medio podrido. Eso si, si queréis un consejo, uno que de verdad os servirá, pensad que una vez tenéis a quien queréis en la cama mas os vale que seais lo mas egoistas posible. Si uno de los dos ha de salir decepcionado mejor que no seais vosotros. En definitiva, no sabéis cual es su listón de exigencia ni cual de vuestra fanfarronadas la han seducido mas, así que id al grano. Sed un remolino, id a lo seguro, no pidáis permiso para nada y a vuestra bola. Preocuparse por su placer es un signo de debilidad y si ha de salir mal tenéis muchas posibilidades de acabar frustrados. Tal vez no se repita. Pero quien se ha corrido aquí, eh? Quien!!

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