miércoles, 23 de diciembre de 2009

Sensibilidad masculina

Los hombres no saben expresar sus sentimientos. Si cada vez que he tenido que oir esta frase me hubieran ingresado un euro, ahora estaría demasiado ocupado intentando esnifar farlopa de encima del cuerpo desnudo de una supermodelo brasileña menor de edad sin que me salpique el agua de mar que desplaza mi yate de camino al paraíso fiscal como para estar escribiendo un blog.

Se trata, tal vez, de la queja femenina mas absurda de la historia de las quejas femeninas, y mira que la competencia es dura. Porque, desengañemonos, los sentimientos del hombre a menudo pasan por la necesidad inmediata de satisfacer necesidades basicas: follar, cagar, comer, descansar, beber, mear, dormir, tirarse un cuesco, divertirse o que te dejen en paz. Y si, a veces follar con amor, cagar en tu propia taza del water o comer en tu casa mejora la experiencia, llamadme romántico, pero no es la prioridad.

El eterno equilibrio entre la voluntad de la mujer por saber en todo momento qué pasa por la cabeza del hombre y el esfuerzo de este por ocultarlo tiene una función muy clara: evitar decepciones. Lo único que diferencia al niño del adulto es que al primero se le está permitido exigir la satisfacción inmediata de sus necesidades y el segundo ya ha aprendido a vestirlas de misterio para ahorrarse la mas que probable discusión subsecuente.

Pero hay excepciones. Todos hemos conocido hombres sensibles (no confundir con homosexuales o tíos que van de sensibles para follar). El hombre sensible es aquel que en su infinita ingenuidad se ha creído el discurso femenino de la disponibilidad emocional y está dispuesto a compartir con ella todo lo que le pasa por la cabeza. Curiosamente, esta tipología de hombre acostumbra a gestionar un volumen desmesurado de inquietudes, de sentimientos y de inseguridades bajo la falsa idea de que ser complejo y profundo le hace atractivo a ojos de la mujer. Pero este hombre tiene un pequeño problema: es insoportable.

He tenido amigas que me han confesado que después de años reclamando la aparición de un hombre sensible y entregado a sus vidas han aguantado dos meses con el antes de lanzarse a los brazos del primer crápula que las ha querido rescatar de su melodrama diario con la única intención de tirarselas. Y esta es una valiosa lección sobre la naturaleza de ambos sexos. Pretender abrir las compuertas de un hombre a menudo equivale a encontrarse ante una criatura egoista, caprichosa y llorica y poner a prueba el instinto maternal de una mujer es una mala idea. Cae por su propio peso: haber entrado ocasionalmente en una vagina no te da los mismos derechos que haber salido de una.

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