domingo, 1 de enero de 2012

Cunnilingus

Siempre he creído que cuando uno es bien felado tiene el deber de corresponder.

Por eso, yo que me considero una persona justa y generosa, siempre que he recibido un buen trato me ha gustado responder bajando a la fuente. Y no sólo por ella, sino porque descubrir con la lengua y los labios los rincones más íntimos de una mujer y hacer posible que se retuerza de placer es una experiencia que siempre resulta enriquecedora y sorprendente.

Pero no es una tarea fácil. Si la mente de las mujeres ya es de una gran complejidad, imaginad el coño. Hay hombres que dicen que basta con una buena técnica para conseguir que una mujer llegue al clímax. Pero se equivocan. No se trata de bajar al abrevadero a lamer como el que apura un plato de sopa. Es arte, experiencia, habilidad, generosidad y saber estar pendiente de las reacciones. Porque cada mujer requiere de atenciones distintas y lo que vale para una no vale para la siguiente.

Hay mujeres que quieren sentir el aliento cálido y la humedad de los labios sobre el clítoris, suavemente, como quien pasa de puntillas. Las hay que piden más pasión, y las hay que incluso quieren sentir el roce de los dientes. Las hay viscerales, que quieren ser poseídas por un frenetismo de lametones con la misma pasión que quien se come una rodaja de sandía en cinco segundos.

Las hay que requieren toda la atención en un sólo punto y las que quieren que lo abarques todo a la vez.

También está la mujer que disfruta sintiendo la lengua dentro. Y la que la quiere tan metida dentro que sólo Gene Simmons sería capaz de complacerla.

Hay la que quiere que acompañes el trabajo con un dedo y la que quiere dos. Y tres. Hay la que se tumba en la cama, receptiva, y la que necesita cabalgarte la boca.

Hay la que...

En todos los casos, aun así, no hay mejor recompensa que ver cómo termina con las piernas temblorosas alrededor de tu cuello, exhausta como si hubiera corrido una maratón y con esa mirada y esa media sonrisa de agradecimiento imposible de describir.

Por eso no entiendo a la mujer que (teniéndolo limpio*), en ver como tu boca abandona sus labios en dirección a los otros, una vez superados los pechos y encarado el estómago, te coge la cabeza con las dos manos y te dice "no, eso no".

¿Qué les pasa por la cabeza? ¿Por qué esa renuncia a una experiencia tan vital y placentera como esta?

*Siento romper el encanto, pero eso me ha hecho recordar el chiste de la gitana que se sentaba espatarrada en la calle comiendo una rodaja de melón y una vecina le dice: "María, cierra las piernas que se te ve todo". "Sí hombre, y que se me vayan las moscas al melón".

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